Cambiar el enfoque de mi actitud hacia Dios cambió mi vida. De pequeña, como a la mayoría de nosotros, se me enseñó que Dios estaba fuera de mí, en el cielo. Que me castigaba si me portaba mal y se alegraba y me premiaba si me portaba bien. A Dios se le atribuían todos los desastres naturales, muertes y desgracias, porque era “la voluntad de Dios.”
Aparte de lo que se nos enseñó en la religión que aprendimos, nuestra relación con Dios está directamente relacionada a nuestra relación con nuestros padres. En esta vida, ellos fueron nuestra primera experiencia con el amor. Como nuestros padres no entendían el concepto de amor incondicional, el amor que nos dieron fue condicionado. Desde ahí en adelante, esa fue nuestra idea del amor. Si te portas bien te quiero, si te portas mal te castigo. En nuestra mente de niños, nuestros padres eran todopoderosos, lo sabían todo, nos amaban y nos castigaban. En Dios proyectamos el papel de padre, con todos los atributos que conocíamos de lo que era ser padres, pero con una visión mucho más exagerada de su poder.
A Dios le eché la culpa de todas mis infelicidades. El coraje que tenía con Él por creer que me había escogido para pasar por situaciones tan difíciles en la vida era inmenso. Además, le tenía un miedo terrible porque en cualquier momento podía decidir que me merecía algún otro castigo.
Me aterraba tener que enfrentarme frente a todo el mundo en el Juicio Final para que se me castigara por algún mal que había cometido. Esto me llevó a querer ser perfecta, lo que conllevó muchísimo estrés y decepciones cada vez que fallaba. ¿Cómo podía tener una buena relación con alguien que me causaba tanto miedo y coraje?
No fue hasta encontrar el maravilloso libro llamado Un Curso de Milagros que comencé a conocer al verdadero Dios. Al leer este libro me enfrenté a todas mis ideas equivocadas, no solo sobre Dios, sino sobre mi misma y mi percepción de la vida.
Ahora veo a Dios como la Totalidad del amor, de donde todo fluye, incluyéndonos a nosotros. Si Dios nos creó a su imagen y semejanza, somos perfectos, amor puro, inteligencia suprema, justicia. La esencia de Dios está siempre dentro de nosotros, pues somos parte de Él. Dicho de otra forma, Dios es la suma total de toda Su creación.
Al venir a la tercera dimensión de tiempo y espacio, fue como si nos pusieran un velo y nos olvidamos de nuestra perfección, de nuestra esencia divina. Comenzamos a buscar a Dios fuera de nosotros, en vez de adentro.
Cuando comprendí esto, comencé a buscarlo dentro de mí y lo encontré. Ha sido algo maravilloso. Para ponerme en comunión con Él lo único que tengo que hacer es aquietar mi mente, para poder escucharlo y sentirlo. La forma principal de Dios hablarnos es a través de nuestros sentimientos, de esa voz interna que siempre sabe a dónde nos tenemos que dirigir.
Otra forma de ver a Dios es mirando a los ojos de cada ser que llega a mi vida. Los ojos son la ventana del alma y dentro de cada ser está Dios. Si me relaciono con cada ser que llega a mi vida, me estoy relacionando con Dios en él o ella. Es así de sencillo.