¿De niños, alguien tuvo la experiencia de tener un amigo invisible? ¿O, alguno de sus hijos tiene o ha tenido un amigo invisible?
Cuando nacemos a este mundo de tercera dimensión, llegamos con lo que yo llamo el velo del olvido. Ese velo no nos permite recordar las experiencias anteriores que nuestra alma ha vivido. De esta forma, podemos hacer el trabajo que vinimos a hacer de elevar nuestra consciencia sin distraernos con recuerdos pasados.
Cuando un bebé nace, hay dos zonas blandas en la parte superior de la cabeza donde los huesos del cráneo aún no se han unido. A estas áreas se le llama fontanelas.
Desde el punto de vista físico, esto permite que la cabeza del bebe se desplace por el canal de parto, que es bien estrecho. Poco a poco, se van uniendo lo huesos del cerebro y las fontanelas se cierran.
Desde el punto de vista metafísico, esto permite que el bebé aún tenga contacto con los planos superiores ya que su velo no está completamente cerrado. Al ser así, los niños pueden ver seres en otras dimensiones que los adultos no vemos.
Este “amigo” ayuda al niño en su desarrollo emocional. Es una compañía y alguien que lo entiende. Los padres deben validar lo que ellos ven, no criticarlos o decirles que ese amigo no existe.
Recuerdo un niño de dos o tres años que estaba jugando en su casa, un apartamento en el sexto piso. Su abuela entró, y el niño le dijo, con la mayor tranquilidad, que un señor había entrado por la ventana y estuvo con él un rato. La abuela pensó que podía haber sido el abuelo, quien nunca había conocido al niño. El acababa de morir y ella pensó que vino a verlo antes de partir a otras dimensiones. Nunca sabremos si fue o no el abuelo, pero que el niño lo vio y lo describió, eso sí pasó.
Como ésta, he escuchado muchas historias. Los invito a que abran su mente al hecho de que existen muchas dimensiones y que apoyen a los niños que tienen acceso a ellas. Después de los siete años, el velo se cierra completamente para casi todo el mundo. Algunas personas que tienen la dicha de seguir conectados tienen un don. Nosotros, como padres, debemos ayudarlos a cultivarlo.