Es interesante ver cómo la vida nos trae lo que necesitamos en el momento preciso. Luego de vivir en Florida por 14 años, sola y feliz desde que me adapté a que mi esposo había fallecido, mi hijo menor, Pedro, y su esposa, Carla, me sugirieron que vendiera mi casa y ellos vendían su apartamento. Luego, comprábamos algo apropiado para que ellos, mi nieta y yo viviéramos juntos. Al principio, me quedé en shock. ¿Cómo iba a perder lo que identificaba como mi independencia? Un día pensaba que sí y otro cambiaba de opinión y decidía quedarme en mi casa.
Pedro y Carla vivían en Florida a cinco minutos de mi casa, cuando esto sucedió, y el mayor, Juan C., en el Sur de California desde hacían como 20 años. Así las cosas, y sin aún tomar una decisión, Pedro consiguió un trabajo en el Sur de California y todos se mudaban para allá.
Inmediatamente tomé la decisión de irme con ellos, pero puse unas condiciones de cómo tenía que estar distribuida la casa para yo sentirme que tenía mi área separada de la de ellos.
Por varios meses estuvimos buscando casa para alquilar y siempre había como diez personas antes que nosotros. Como Pedro tenía que estar en su trabajo decidimos arrancar con el camión de la mudanza y nuestros carros en la aventura de cinco días manejando a través de los Estados Unidos.
Decidimos que cuando llegáramos a California, nos quedaríamos en un Airbnb hasta conseguir casa, y ya en ese punto, sería la primera casa que encontráramos. Ya solo queríamos un techo y cuartos dónde dormir.
Una semana antes de emprender nuestra aventura nos llama una corredora de bienes raíces sobre una casa que habíamos solicitado pero ya habían alquilado. Nos dice que el contrato con el anterior se había caído y que era nuestra si la queríamos.
Inmediatamente dijimos que sí sin verla. Cuando llegamos y vimos la casa, era exactamente lo que necesitábamos y que Carla y yo habíamos estado visualizando. Lo primero que pensé cuando la vi fue, “¿por qué dudas si sabes que siempre se dan las cosas que necesitas en el momento perfecto”?
Ahora estamos juntos, pero cada cual tiene su espacio. La familia de mi hijo está en el segundo piso con tres cuartos y un desván, y yo con mi “suite” en el primero.
Si pudiéramos confiar 100% en algo superior a nosotros, llamémosle Dios, Inteligencia Suprema, como sea, que está constantemente dándonos lo que necesitamos, tendríamos muchísimo menos estrés en la vida. Como nuestros pensamientos son nuestros moldes, en este caso, fue la distribución de la casa que Carla y yo queríamos, es esencial estar pendientes de qué mensaje estamos enviando al Universo. El Universo siempre dice que sí. No analiza a ver si nos conviene o no. Eso nos toca a nosotros.