A veces me gustaría poder mirar por un hueco cómo mis abuelos criaron a mi papá. ¿Qué le exigían, qué cosas le decían, cómo lo castigaban, etc.? Para bien o para mal, todos repetimos lo que aprendimos. Los nuevos padres no tienen un manual de instrucciones de cómo criar a sus hijos y así se repiten las costumbres.
Cuando comencé la escuela, las lecciones se me hacían fácil. En aquella época, en Puerto Rico, que tiene el sistema americano, si sacabas de 90 a 100 tenías A. Mi hermana se ríe y dice que si yo sacaba 98 en un examen, lloraba. Yo no recuerdo lo de llorar, pero sí recuerdo que cuando venía con el 98, mi papá me preguntaba por qué no había sacado 100.
Esa simple pregunta me llevó a pensar que tenía que ser perfecta para que me quisieran o para que tuviera valor. Durante toda mi vida me exigí demasiado, cosa que me causaba mucho estrés. Otras veces, no intentaba o no hacía algo por miedo a fracasar.
No fue hasta años después, cuando comencé en este camino de mi despertar espiritual, que pude entender y perdonar todo esto. Pude entender que mi papá quería lo mejor para mí y que, aunque errónea, esa era su forma de tratar de enseñarme. Sé que todo lo hizo por amor. Ahora les toca a mis hijos hacer una evaluación de mis errores, perdonarme y sanar su interior.
Recientemente, estuve hablando con una amiga sobre este tema, y me di cuenta que aún me quedan capas internas, bien escondidas en el inconsciente, sobre mi necesidad de perfección. Me falta por sanar esos pensamientos. Aunque mucho menos, aún me exijo demasiada perfección.
El despertar es un proceso. El Espíritu Santo en nosotros, quien nos ayuda a despertar y a perdonar, nos lleva a ver las cosas en una forma que no nos aterre, suavemente, pero seguro.
Nuestra lección es aprender a estar alertas en todo momento de cómo nos sentimos pues la paz interior es el termómetro que nos indica si estamos en el camino correcto. Aún nos queda camino por andar para despertar totalmente.
Mucho éxito en tu caminar de despertar.