Yo nací honesta. Nadie tuvo que enseñarme la importancia de decir la verdad. Se me dificulta mucho tratar con personas deshonestas. Si alguien me miente, es bien difícil para mí volverle a creer.
En estos días he estado pensando en la honestidad. Hace poco me uní a un grupo que se llama Meet Up. Entre mis gustos, puse que me gustaba bailar. Lo que no se me ocurrió en ese momento es que me fascina bailar música latina. Habiendo vivido por muchos años donde predominaba la gente hispana, no me acordé que ahora vivo en California donde no es así.
En realidad puedo bailar música americana, pero tiene que tener un ritmo que se me meta por dentro. Así las cosas, fui a mi primera fiesta americana y la música no me movió. Baile una pieza y me fui. Cuando llegó la segunda, de nuevo contesté que iba a ir. Fui a YouTube y escuché algunas canciones de la banda y me di cuenta que no me gustaban tampoco. Me encontré en una encrucijada. Ya había contestado que sí, y pensé que al menos debía ir un rato. Al poco rato, comencé a sentirme incómoda y con estrés. En el momento, no pude identificar mi incomodidad.
Como mi Espíritu Santo es mi mejor amigo, me puse a conversar con él (en mi mente, por supuesto) sobre mi incomodidad y estrés. Mis pasos en la conversación siempre son los mismos. Le digo, estoy incómoda y sé que surge de mis pensamientos. Ayúdame a ver cuál es, y a cambiarlo por uno amoroso que me traiga paz.
Al poco rato, me llegó a la mente la palabra honestidad. Me di cuenta que no estaba siendo honesta conmigo misma. Por no ofender al que dirige estas actividades, me estaba poniendo a mí en una situación que no me hacía feliz. Una vez me di cuenta de esto, tomé la decisión de no ir. Envié un texto diciendo que no iba, e inmediatamente comencé a sentirme tranquila.
Recuerda, la honestidad comienza por casa.